martes, agosto 11

Rojo, amarillo, azul, verde, rosado…



La vida tiene tantos colores, tantas formas, tantos olores y sin-sabores…
Rojo para lo apasionado, lo picante, lo prohibido.
Amarillo para la energía, lo loco, y nunca para la luna.
Azul para el cielo, para el agua que no lo son y se ven así.
Verde para el pasto, lo inmaduro, el dinero, las ensaladas.
Rosado para decir mujer, sentir suave y ser un flamenco volando.
Tantos colores… tantos matices.
Tanto para usar y nos vamos por la Vida a marrones, negros, blanco.
Vamos como colores primarios sin saber que podemos mezclarnos y transformarnos.
Vamos con prejuicios dando por sentado que un color es esto y en realidad ni existe así como lo veo, ni como el lo ve.
Vamos como colores secundarios cuando nuestra identidad sabemos pero de ahí no pasamos.
Vamos como colores terciarios sabiendo que siempre que nos dicen que somos personas especiales queremos solo ser personas para el otro, porque las personas especiales te cambian la Vida pero no te comprometes con ella, sino con aquella a quien amas.
Vamos probando colores o no.
Combinamos gamas y nos descubrimos diferentes, y en ese lapso optamos por seguir como siempre volviendo a lo que es seguro y se espera de uno, o, nos cubrimos con ella porque es placentero ser diferente.
Vamos pintando arco iris en el rostro y nos pintan también. Y ya el alma deja de ser transparente, se tiñe de alegría, de amor, de voluntad, de misticismo, de pasión, de aventura, de suavidad, de comunicación, de ver más allá de lo que se pueda ver, de compartir…
A la Vida hay que darle color.
Con la Vida hay que usar la paleta de colores. Si no… la Vida es tan sombría que nos acurruca en la tristeza.

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