martes, junio 16

Padre nuestro latinoamericano

Padre nuestro que estás en los cielos,
con las golondrinas y con los misiles,
quiero que vuelvas antes de que olvides
cómo se llega al sur de Río Grande.

Padre nuestro que estás en el exilio,
casi nunca te acuerdas de los míos;
de todos modos, dondequiera que estés,
santificado sea tu nombre,
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver las uñas sucias de la miseria.

En junio de mil nueve setenta y cinco
ya no sirve pedirte "venga a nos el tu reino",
porque tu reino también está aquí abajo,
metido en los rencores y en el miedo,
en las vacilaciones y en la mugre,
en la desilusión y en la modorra,
en este ansia de verte pese a todo.
Cuando hablaste del rico, la aguja y el camello
y te votamos todos, por unanimidad, para la gloria,
también alzó la mano el indio silencioso
que te respetaba pero se resistía a pensar "hágase tu voluntad".

Sin embargo, una vez, cada tanto,
tu voluntad se mezcla con la mía;
la domina, la enciende, la duplica,
más arduo es conocer cuál es mi voluntad
cuando creo de veras lo que digo creer,
así en tu omnipresencia como en mi soledad,
así en la tierra como en el cielo,
siempre estaré más segura de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora.

Pero, ¿quién sabe?, no voy a decidir
que tu poder se haga o se deshaga.
Tu voluntad igual se está haciendo en el viento,
en el Ande de nieve,
en el pájaro que fecunda a su pájara,
en los cancilleres que murmuran "Yes, sir",
en cada mano que se convierte en puño.
Claro, no estoy segura si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse;
lo digo con irreverencia y gratitud,
dos emblemas que pronto serán la misma cosa.

Lo digo, sobre todo, pensando en el pan nuestro de cada día
y de cada pedacito de día.
Ayer nos lo quitaste, dánosle hoy.
O al menos el derecho de darnos nuestro pan,
no sólo el que era símbolo de algo,
sino el de miga y cáscara,
el pan nuestro.

Y ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas
perdónanos, si puedes, nuestras deudas,
pero no nos perdones la esperanza;
no nos perdones nunca nuestros créditos.
A más tardar mañana saldremos a cobrar a los fallutos,
tangibles y sonrientes forajidos.
A los que tienen garras para el arpa.

Poco importa que nuestros acreedores perdonen
así como nosotros, una vez, por error,
perdonamos a nuestros deudores.
Todavía nos deben como un siglo de insomnios y garrote,
como tres mil kilómetros de injurias,
como veinte medallas a Somoza,
como una sola Guatemala muerta.

Y no nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado,
o arrendar una sola hectárea de su olvido,
ahora que es la hora de saber quiénes somos
y han de cruzar el río el dólar y su amor contra-reembolso
arráncanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia.

Mario Benedetti

1 comentario:

  1. "...siempre estaré más segura de la tierra que piso
    que del cielo intratable que me ignora..."

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